Tras realizar el examen del libro el miércoles pasado, el viernes continuamos con la Semana Pennac iniciando el
trabajo en grupos acerca de la novela de Mal de escuela. Una vez más no
se trató de una clase común, ni en la teoría ni en la práctica. Puestas en
común, representaciones, exposición de ideas y lecturas marcaron la sesión e hicieron, a mi ver, que realmente la lectura sirviese para algo forzando de
alguna forma la reflexión acerca de la obra.
Mi grupo escogió un fragmento del capítulo 6, apartado 6 que dice “La
idea de que es posible enseñar sin dificultades se debe a una representación
etérea del alumno. La prudencia pedagógica debería representarnos al zoquete
como al alumno más normal: el que
justifica plenamente la función de profesor puesto que debemos enseñárselo todo,
comenzando por la necesidad misma de aprender. Ahora bien, no es así.
Desde la noche de los tiempos escolares, el alumno considerado normal es el
alumno que menos resistencia opone a la enseñanza, el que nunca dudaría de
nuestro saber y no pondría a prueba nuestra competencia, un alumno conquistado
de antemano, dotado de una comprensión inmediata, que nos ahorraría la búsqueda
de vías de acceso a su comprensión, un alumno naturalmente habitado por la
necesidad de aprender, que dejar de ser un chiquillo turbulento o un
adolescente problemático durante nuestra hora de clase, un alumno convencido
desde la cuna de que es preciso contener los propios apetitos y las propias
emociones con el ejercicio de la razón si no se quiere vivir en una jungla de
depredadores, un alumno seguro de que la vida intelectual es una fuente de
placeres que pueden variar hasta el infinito, refinarse extremadamente, cuando
la mayoría de nuestros restantes placeres están condenados a la monotonía de la
repetición o al desgaste del cuerpo, en resumen, un alumno que habría
comprendido que el saber es la única
solución: solución para la esclavitud en la que nos mantendría la ignorancia y
único consuelo para nuestra ontológica
soledad. “
Lo hemos representado de una forma un tanto típica pero clara. En una
clase, dos alumnos “modelo” , y dos zoquetes que están con el móvil pasando de
todo y a los cuales echan de clase por su actitud.
En mi opinión el fragmento que hemos elegido da bastante que pensar, o por
lo menos lo ha hecho en mi caso ya que bien cierto es ,que hoy en día los
considerados alumnos buenos son aquellos que no causan ningún problema al
profesor y tragan materia sin inmutarse como si fueran robots. Pero ¿és eso lo
que se busca realmente?, yo sinceramente no se que hubiera sido de mi si
durante toda mi etapa escolar no hubieran habido zoquetes, ¿os lo imagináis?. Además
de eso podemos entrar en cuestiones éticas, si educar es enseñar algo valioso
de forma valiosa, ¿qué valor tiene la educación en ese caso?
En la inmensa mayoría de veces, el profesor nada más “descubrir” quien o
quienes son los zoquetes de clase, les marcan y disminuyen su atención sobre el
o ellos, se les trata como a alumnos perdidos y a los cuales no se les puede
cambiar y así van pasando un curso tras otro sin que nadie se interese de
verdad por su situación ni en los porqués.
La verdadera riqueza de la profesión de educador es a mi ver el conseguir
redirigir a esas golondrinas o alumnos malos hacía el camino correcto y no
simplemente guiar a los alumnos excelentes a sacar una buena nota. Por ello veo
más necesario, interesante y productivo el trabajar con esos zoquetes que nos
hacen ver como es la realidad de hoy en día, que nos plantean problemas que no
están sacados de libros de matemáticas y de los cuales tanto el resto de
alumnos como el mismo profesor puede aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario